martes, 24 de agosto de 2010

JOSE A PIZARRO SOTO Y LAS LLAVES DE ORO DE LEBU






Nuestra querida ciudad de Lebu está cumpliendo un nuevo aniversario. Es el número 147 y como tal, es motivo de festejo. pero también de reflexión, por cuanto el hecho de que estemos celebrandolo este 8 de octubre, signfica que indudablemente tras esta memorable fecha, existe algo más, y ese algo más, es una tenaz voluntad de investigación y de compromiso con los origenes, por parte de uno de sus hijos ilustres. No es azar, entonces, que Alejandro Pizarro Soto escriba "Lebu, de la leufumapu a su centenario" , que como sabemos, no sólo trata sobre la historia de Lebu, sino que logra despues de varios años de investigación determinar la verdadera fecha de fundación de esta ciudad, que es el 8 de octubre de 1862. Su investigación termina con el error o mito de la fecha anterior, que señalaba el 2 de diciembre del mismo año y que se celebró equivocadamente por tantos años.
Esto sin duda es muy sorprendente ya que muy pocas veces se da la feliz sincronia de que alguen que ama su lugar de origen logre determinar la verdadera fecha de fundación de la tierra que le vió nacer. Nos atrevemos a decir que Alejandro Pizarro Soto estaba elegido para aquello, elegido`por su misma tierra. Y esto no es casualidad sino que es la inmensa correspondencia que existe entre el amor y el origen.
Como ya sabemos, Alejandro Pizarro Soto, nació en Boca Lebu. Parte de su niñez, la pasó corriendo esos paisajes, y quizas durante esos prospectivos paseos, se depositó en él, la ferrea convicción de que en algun momento tendria que descubrir algo fundamental parta su querido Lebu. Tendria que escribirle su historia, para recién entonces conocer la propia, porque consideraba que él y Lebu eran solo uno, una simbiosis inmemorial, que dio muchos frutos. Fue asi como volvió una y otra vez a Lebu, a pesar de estar ya establecido por razones de fuerza mayor en la Ciudad de Santiago, porque era una exigencia de su propia alma. Volvia a respirar el aroma a carbón, a revivir ese niño que indagaba en los cerros, en las minas, en cada rincón de su terruño, buscando indicios, señales, y pruebas, hablando con todas las personas rn quienes intuia un pedazo de historia. Volvia asi con un instinto fresco y sorprendente, y justamente es ese entusiasmo de niño, él que le acompaño durante toda su vida. Ello lo libró, por una parte de la frialdad esquemática en la que suelen caer muchos investigadores y por otra, permitió que en Alejandro Pizarro Soto la investigación histórica se diera en forma jubilosa, desbordante y apasionada, porque tampoco era el investigasor serio que se encerraba en medio de anaqueles y murallas. No, era un hombre que gozaba de la vida. Siempre una conversación debia estar acompañada por una botella de vino. Asi gustaba hablar de Lebu y sobre Lebu. Asi caminando por sus calles, contemplando el atardecer desde el muelle, fue escribiendo si historia. Desde lo más inmemorial de ella, fue proyectando, fue clarificando, y quizas guiado por el viento y por el espiritu de tantos mineros, pescadores y ferroviarios muertos, quizás escuchando sus voces, sus lamentos, o sus relatos, fue escribiendo una historia viva, no de manera manualista, sino de manera vital, con un rigor metódico e investigativo imperturbable. Y es que poseia un pensamiento vehemente y una memoria prodigiosa, tanto a la hota de hablar, de discutir, como también a la hora de escribir. Asi fue como durante muchos años, fue gestando si obra magna: "Lebu, de la leufumapu a su centenario", Editorial Ñielol, 1991, obra que en forma admirable nos da ima lección única tanto de pertenencia como de retribución a su tierra de origen. Esta obra, por lo demás hoy se encuentra en bibliotecas del extranjero como: Biblioteca de la Universidad de Nueva York, La Biblioteca de la Universidad de Harvard y la Biblioteca del Congreso de Wahington en Estados Unidos. Decimos su obra magna porque en ella se jugo y resume todo su ser, todo su esfuerzo y energia. Al leerla una vez más comprobamos como palpita intacto en sus páginas ese entusiasmo de niño, y al mismo tiempo, esa sabiduria de aquel ser que contra viento y marea persevera en su labor, porque antes que ser un historiador más, un intelectual o un hombre de letras, Alejandro Pizarro Soto era un devoto de su tierra, con ese amor que corria velozmente desde su alma hasta sus huesos, ese amor por Lebu que se fraguó en su interior mientras soplaba el viento sur y el carbón dormia al fondo del mar. A pesar de que Alejandro Pizarro Soto abandonara tempranamente su ciudad natal, esto no imposibilitó que siguera evocándolo nostálgicamente. Esta estadia en la capital santiaguina, obedecia a razones mucho más profundas. De alguna manera, todos los añps de vida ciudadana, de tener que ganarse la vida en trabajos de orden burocrático, favorecieron también su investigación histórica, porque, robándole tiempo a esas otras ocupaciones, fue acercándose poco a poco a un descubrimiento crucial. Así es como un dia cualquiera investigando en el Archivo Nacional, en la ciudad de Santiago, pidió unos libros que muy poco tenian que ver con el tema. Eran archivos tributarios de la época de la Colonia y casi por obra de magia, encuentra en una de sus páginas un documento que era nada menos que elacta original de la fundación de Lebu. Para, nosotros, imaginarnos ese momento, sugierecomo si estuviéramos siendo testigos de un acto de iluminación ya que, justamente investigando sobre Lebu, encuentra aquel documento que era la llave de oro que buscó desde niño y que luego le fuera publicamente entregada por la Ilustre Municipalidad de Lebu en reconocimiento a su gran labor. De alguna manera debemos decir que tanto Lebu como Alejandro Pizarro Soto renacieron ese dia, renacieron por cierto simbólicamente. Era la cima de una búsqueda que dio por fin su más buscado objetivo y el hallazgo más preciado en caso setenta años de investigación o más, de una vida prácticamente dedicada a ello. Sólo él sabe la dicha y la felicidad que debió producirle encontrar tan ansiado documento. De alguna forma puede leerse aquello como la justa recompensa a su labor y al espiritu de esos mineros, pescadores y ferroviarios muertos, que guiaron sus manos esa mañana en el Archivo Nacional, donde lo más probable es que Alejandro Pizarro Soto escuchó en su interior el viento de Lebu. Seria muy oportuno cada 8 de octubre de éste y todos los años releer "Lebu de la leufumapu a su centenario", para comprender aún más qué es lo que realmente celebramos y por qué lo celebramos, y también para tratar de comprender qué es lo qué hace posible ese amor entre la tierra y el hombre. Por último cabe una pequeña reflexión sobre el antiguo adagio que dice "Nadie es profeta en su tierra", sin embargo Alejandro Pizarro Soto, este viajero incansable de trenes (a la manera del poeta Jorge Teillier), fue, si fue es y será profeta en su tierra.

Publicado en la Revista Cultural "El Bote" N 64, Octubre, 2009, Lebu.

sábado, 21 de agosto de 2010

RECUERDO DE ALFONSO CALDERÒN



Corria el año 1988 y un domingo por la mañana sintonizaba la Radio Agricultura que por entonces transmitia el programa "Chile en nota". De pronto comienzo a escuchar unas muy amenas y nostálgicas historias y descripciones tanto de espacios y de costumbres del Santiago del 1800. Se estaba leyendo nada menos que capitulos del memorable libro "Memorial del viejo Santiago", de Alfonso Calderón. De esa manera supe de la existencia de este gran intelectual chileno y luego volvi a saber de él gracias a la amistad que Alfonso Calderón mantuvó con mi padre el historiador Alejandro Pizarro Soto, en aquellos años de las "Tertulias Medinensis", que se desarrollaron en la sala Medina de la Biblioteca Nacional. Cuando estas tertulias ya no pudieron seguir en dicho recinto, Alfonso Calderón fue uno de los que motivó a mi padre para que, junto a los demás miembros, sigueran adelante con estas iniciativas culturales. Alfonso Calderón es en mi opinión uno de los cronistas y memorialistas más importantes e intensos que existieron en la literatura chilena. Muy pocos escritores se han sumergido como él en el pasado, no de una manera objetiva, ni meramente documentalista, sino a la manera de una evocación del pasado, transmitiéndonos hasta el último detalle, y eso logra Alfonso Calderón, recrear una época, tal como si la estuviesemos viviendo.
Alfonso Sergio Calderón Squadritto nació en el sur de Chile, especificamente en San Fernando el 21 de noviembre de 1930 y falleció en Santiago el 8 de agosto de 2009. Fue poeta, movelista, ensayista, y critico literario. En suma uno de los intelectuales y hombre de letras más genuino que se tenga recuerdo en nuestra tradición literaria chilena y es, pues, por ese compromiso y total dedicación a la literatura y a la historia, que el Estado chileno le otorga, con merecidos meritos el Premio Nacional de Literatura en 1988.
Alfonso Calderón estudió en los liceos de Los Angeles, de Temuco y en el Internado Nacional Barros Arana, de Santiago, ubicado justamente a un costado de la Quinta Normal. Se diplomó en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1952. Luego de desempeñarse como profesor de castellano en el Liceo de Hombres de La Serena, durante el periodo de 1952 a 1964, regresa a Santiago para enseñar en el Instituto de Literatura Chilena, de la Universidad de Chile. En la misma universidad también fue profesor de redacción en la Escuela de Periodismo. Debemos agregar aún otros cargos que dan cuenta de la estatura intelectual de Alfonso Calderón. Por ejemplo, fue Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile, Profesor de expresión escrita en la Universidad Andrés Bello, Profesor de literatura en la Academia Diplomática Ándres Bello, y de redacción en la Universidad Miguel de Cervantes.
Su primera obra publicada fue el conjunto de poemas "Primer consejo a los arcangeles del viento", Imprenta Gutiérrez, Temuco, 1949. Años más tarde se inicia en el género de la novela con su obra "Toca esa rumba don Aspiazú", Editorial Universitaria, 1970Por ese entonces su labor como critico literario, se desarrolló en los periódicos "El Serenense",y "El Dia" de La Serena y posteriormente, colaboró con la Revista Ercilla. Participó también en el proyecto de la Editora Nacional Quimantú (1971), piomera en la democratización del libro y fue también director de la Revista Mapocho, dependiente de la Biblioteca Nacional de Chile. En 1979 publica otro conjunto de poemas: "Poemas para clavecin", citamos esta obra ya que con ella obtiene el Premio Municipal de dicho año. su segundo premio más importante, el cual volveria a obtener en 1977.
En 1974, durante la dictadura militar, renunció a la docencia universitaria y desde entonces se dedicó por completo a la investigación y a la escritura llegando entonces a recibir otros importantes nombramientos como: Miembro de número de la Academia Chilena de la lengua, Director del Centro de investigaciones Diego Barros Arana,y Sub Director de la Biblioteca Nacional, Premio Alejandro Silva de la Fuente, etc. Alfonso Calderón testimonió con su vida y obra una dedicación también al rescate de otros cronistas de ese Santiago antiguo, como es el caso del escritor Joaquin Edwards Bello. Sobre esto es clave señalar que el poeta Armando Uribe Arce, a propósito de la reciente partida de Alfonso Calderón, señalaba en un diario capitalino "Que el redescubrimiento y rescate de la obra de Joaquin Edwards Bello se debia sólo a Alfonso Calderón" lo que da cuenta de la generosidad de Alfonso para con sus colegas. Hoy ha partido de este mundo, pero nos ha dejado un legado humano y literario invaluable que cobra un sentido mucho más profundo al acercarnos a nuestro Bicentenario. Pero la linea paterna sigue y es asi como dos de sus hijas, las destacadas poetas Teresa Calderón y Lila Calderón, continuan con ese amor y fervor hacia la literatura y, tal,como lo expresó Lila Calderón: "Hay que seguir escribiendo, nuestras vidas no tienen otro sentido que la literatura".

Publicado en Revista Cultural "El Bote" n 63, Septiembre, 2009, Lebu.

martes, 17 de agosto de 2010

FRAGMENTOS DE ARCHIVO

















Imagenes captadas durante el año 1996. En ellas aparecen tres hijos de Lebu que ya no están entre nosotros, vemos al Director de la Primera Compañía de Bomberos de Lebu, Orlando Casanova Salgado, quien además dedicó los últimos años de su vida a la literatura publicando dos libros que han quedado como un legado de un ilustre bombero que también supo amar las letras.

El nombre de Abel Peña Peña daría para escribir un libro entero por su fraterna y solidaria condición humana. Seguira estando pendiente ese gran homenaje que todos le debemos, siempre y cuando no nos siga fallando nuestra memoria histórica.

Por último Alejandro Pizarro Soto, quien durante el desarrollo de toda su vida alimentó su amor por su tierra natal hasta el mismo día de su muerte.

No hay nadie que haya querido más su tierra que los que se inspiran en ella para dejar una huella profunda. Y es lo que precisamente debo destacar en este pequeño segmento.

Y al igual que éstos tres personajes también vemos la imagen del desaparecido y emblemático Gran Hotel, cuyo edificio estuvo ubicado junto a la Primera Compañía de Bomberos de Lebu. Hoy en su lugar funciona un Supermercado