Tras el triunfo de la Batalla de
Maipú se debilitan los ánimos del ejército realista en retirada, surgía el
temor y sus temidas consecuencias y el reinante clima de inseguridad y
desconcierto preocupa a los habitantes del antiguo convento de las monjas
trinitarias de Concepción, quienes deciden abandonar dicho convento para buscar
refugio en lugares más seguros. Así es como nos señala este histórico suceso el
historiador José Alejandro Pizarro Soto quien nos señala en su libro “Lebu, de
la leufumapu a su centenario” que las monjas trinitarias de Concepción
abandonan el convento un 24 de septiembre de 1818. Esta congregación religiosa
estaba compuesta por 32 monjas, cuatro capellanes, algunas viejas criadas, y un
noble y fiel servidor del convento que había querido seguirlas junto al
precario equipaje se incluían también unos famosos candelabros de plata. Y frente
a la apremiante situación se repartían entre lanchas y balsas donde por cerca
de una semana navegan por el rio Bio Bio rumbo a la ciudad de Nascimiento, en
busca de un nuevo refugio. Durante la navegación se ha extraviado la totalidad
de la documentación perteneciente al convento como títulos de propiedades,
hipotecas y prestamos. También sufren la lamentable perdida del archivo
fundacional del convento. Perdidas irreparables que las aguas del rio Bio Bio
se llevaban para siempre. Las monjas trinitarias permanecen en la ciudad de
Nascimiento cerca de tres meses, pero las noticias de la ocupación de
Concepción por el ejército de las fuerzas patriotas las hacen abandonar el
lugar en busca de un nuevo refugio, ocasión en que se unen a la fila del
coronel Sánchez, quien encabeza el ejercito realista en retirada que se dirige
hacia la ciudad de Angol, donde en el camino son interceptados por un ejercito
de avanzada comandado por el general Ramón Freire, quienes al comprobar que en
la columna de Sánchez avanzan también estas monjas se ordena de inmediato poner
alto al ataque. Así continuaba la difícil peregrinación de las monjas
trinitarias quienes seguían sorteando las innumerables dificultades propias de
su condición de religiosas, y donde con el paso de los días, la precariedad se
iba haciendo más notoria. Ya unidas al ejército realista permanecen unos días
en la ciudad de Angol donde llegan a mediados del mes de enero de 1819. En esta
oportunidad el Coronel Sánchez decidía cruzar la cordillera de Nahuelbuta y a
pesar de la escarpada topografía del lugar estas admirables monjas logran
llegar a Tucapel en medio de espesos bosques, por interrumpidos senderos, donde
finalmente los primeros días de febrero pernoctan en este lugar por un par de
días. El coronel Sánchez decide esta vez dividir sus fuerzas en dos grandes
bandos, los mas avezados y conocedores del terreno se unirían a las fuerzas de
Vicente Benavides, en el norte de la Araucanía, y el ejercito español por otro
lado dirigido por el mismo Coronel Sánchez, tomarían el camino de Tirua con el
fin de llegar hasta Valdivia, y por ultimo las monjas trinitarias partirían
hacia el valle de Lebu, donde serian rescatadas mas tarde por un barco que
saldría de Valdivia, para luego recogerlas en la boca del rio Lebú y enseguida
llevarlas al Perú. Y es así como Las monjas trinitarias llegan al valle de
Lebu, la ultima semana de febrero de 1819, donde son recibidas por un hombre de
confianza del coronel Sánchez, quien las conduce al pequeño rancho de su
propiedad en la ladera del cerro junto a la boca del Rio Lebu. En esta
congregación habían religiosas bastante jóvenes y otras de muy avanzada edad,
como el noble y viejo servidor del convento quien se había encargado de
custodiar aquellos antiguos candelabros de plata, únicos bienes que hasta el
momento poseían las monjas, ya que los bienes patrimoniales del convento se
deshacían en medio de las profundidades del rio Bio Bio. Con el paso de los
días saltaba a la vista el gran inconveniente que surge por la estrechez del pequeño
rancho y al poco andar la gran generosidad de don Andrés Lobos, propietario de
los terrenos del Rosal, a orillas del Rio Lebu, cedía a las monjas un par de
casas de buena madera donde las monjas habilitan cómodos espacios parta todos
ellos. Se esmeran por hermosear el lugar y organizan una gran huerta que les
permite el poder alimentarse. Habilitan también una capilla donde los lugareños
solían asistir a oir misa. Lo que nos hace pensar en la posibilidad de que las
monjas trinitarias también hayan cumplido una labor evangelizadora en el lugar,
mantienen también un dispensario donde entregaban atención de primeros
auxilios, especialmente en el periodo en que el valle de Lebu se vio afectado
por una violenta epidemia de tifus, en la cual también fallecen cinco de estas
monjas. Los pocos recursos se agotaban por esos días y las monjas deciden
alejarse por un tiempo del lugar, por lo que se proponen llegar hasta Valdivia.
En medio de aquel viaje surgen inconvenientes que no les permiten seguir
avanzando y deben devolverse nuevamente
al Rosal, donde encuentran un total deterioro, don de las casas están
prácticamente inhabitables, los efectos de la fuerte epidemia mostraban el
abandono total de los ranchos aledaños, por lo que las monjas buscan resguardo
en Pehuén, el que seria su ultimo refugio en este lugar, pues al poco tiempo
son ubicadas el 15 de diciembre de 1822, siendo enseguida trasladadas hasta
Valparaíso, donde son reintegradas a un conocido convento de esta ciudad. Cabe
destacar el interesante aporte que hace a esta crónica el historiador Raúl
Hermosilla Hanne, quien afirma que al finalizar la guerra de la independencia
unos patriotas llegan buscando refugio en el Rosal, cuando este aun estaba en
manos de las Monjas Trinitarias, quienes aportan sus famosos candelabros de
plata que son fundidos y transformados en un buen numero de monedas que se
acuñaron en este histórico lugar. Estas monedas llegaron a tener cierta fama y
se conocieron como las “Monedas Trinitarias”. También el historiador Raúl
Hermosilla Hanne afirma que “actualmente solo van quedando dos o tres nada mas
y que estas monedas hoy tienen un gran valor y son consideradas como piezas
únicas de colección”. Es así como este hecho constituye el importante aporte
que hace El Rosal a nuestra historia, en donde en aquellos lejanos días de la
independencia se acuñan en este histórico lugar aquellas famosas monedas
trinitarias que en definitiva fue el testimonio que dejaban estas monjas de su
paso, por Lebu. El final de esta historia da cuenta de la vida de estas
religiosas que vivieron largos años, alguna de ellas pasando los cien, y estos
son los milagros que siempre Lebu concede, a quienes buscan en su lecho el
refugio entre la tierra y el mar, que nunca nos abandonaran y esta es una
historia verídica que nos hace pensar que esta tierra de Lebu, es una tierra de
prodigios y de milagros.
Publicado en Revista Cultural "El Bote", n 83, Enero, 2012, Lebu.
5 comentarios:
Me encantó este reportaje, además por que soy bisnieto de don Guillermo Hanne, quien fue propietario de El Rosal. De niño mi padre, Manuel Montti Hanne, hijo de Emilia Hanne Elwanguer, hija de don Guillermo, nos contaba de los veranos que pasaban en El Rosal, con todos sus primos, paseos a caballo, salidas en carreta, natación en el río Lebu etc. Además tengo algunas fotografías de la época donde se ve a mi padre con sus hermanos, primos y amigos en El Rosal.
Hacia donde queda el Rosal ? El google no sale , deberia por la importancia que tubo
Algo sabia de las Monjas. Entre una de ellas había una Urrejola de las Trinitarias de Concepción.
En Pehuén tenía fundo mi abuelo Jorge Urrejola Menchaca y después mi familia San Martín Urrejola
La monja Trinitaria de Concepción en 1791 fue. Sor María del Tránsito Urrejola y Leclerc de Bicourt nació en 1771.En el claustro se llamó Sor Manuela de San Francisco la que protagonizó el trágico peregrinaje por Arauco. Murió a los 96 años en 1867.Fue hija de Alejandro de Urrejola y Peñalosa e Isabel Leclerc de Bicourt. Se casaron en 1764.
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