martes, 13 de mayo de 2014

GONZALO ROJAS TU RECUERDO ESTARÀ PRESENTE



Al referirme a mi familia de viejos Pizarros, como nuestro vate Gonzalo Rojas Pizarro acostumbraba a denominar así a su parentela, no solo representa un gran orgullo para mi, el vinculo familiar con el, sino también por el profundo amor que despliega su extraordinaria poesía, que seguirá paseando el nombre de su querido Lebu por el mundo. Y aquel enraizado y permanente amor, por su amada tierra, es algo que también me identifica profundamente. Sin duda nuestro poeta nos ha dejado un gran legado en el que indiscutiblemente Lebu fue su principal fuente de inspiración. A un año de su partida, el mágico mundo de la literatura, nos permite retroceder entre el espacio y el tiempo para situarnos en el umbral del siglo XX, época en que desde el norte chico, cuatro jóvenes hermanos deciden emigrar desde Ovalle, hasta el sureño paraje de Lebu, donde se decía que estaba comenzando una importante extracción de carboncillo, el cual estaba siendo enviado hasta el Puerto de Coquimbo, para ser utilizado en las mineras cupríferas de la localidad de Tamaya, que al igual que las de Lebu, eran de propiedad de los señores Errazuriz. No habiendo mas cupos disponibles en el norte a mi abuelo Abraham Pizarro le sugieren, llenar una vacante de contador general en la compañía carbonífera de Lebu, propuesta que de inmediato acepto, para lo cual viaja junto a sus hermanos José Ramón, Celia y Domitila Pizarro. La naciente industria carbonífera instalaba sus oficinas en Boca Lebu, donde el tío José Ramón Pizarro, también se incorpora a la compañía, encargado de la quincena y de la entrega de las polémicas fichas de colores que se entregaban a los trabajadores para sus compras en la pulpería de la mina. Así corrían estos primeros años, a comienzos del mil novecientos, en donde la presencia ya de esos entonces jóvenes pizarros, echaban así sus primeras raíces en Lebu. Y así fue como esta gran fuente de trabajo en Lebu, atrajo muchísima juventud desde diferentes puntos del país, y por aquel mismo tiempo coincidentemente desde Ovalle llega también a Lebu, Juan Antonio Rojas Villalón, quien después de un tiempo se reencuentra casualmente con Celia Pizarro en los tradicionales paseos por la plaza que era el gran centro social de la época, con sus grandes arcos cargados de rosales y el habitual perfume de las lilas el que inundaba aquel precioso lugar, en medio del verdor de los dibujados prados, donde en medio de vistosos jardines se destacaban las bellísimas esculturas de Bernardo Battaglia, escultor que perteneció a la colonia italiana residente. Es así como en esta histórico plaza que recorría ya el mundo a través de postales y fotografías nace el amor entre Juan Antonio y Celia, corría el año 1905, cuando las campanas de la antigua iglesia de Lebu, anunciaban la feliz boda. Mi querida tía y madrina Rebeca Rojas Pizarro, recordaba con exactitud los pormenores de aquel 20 de diciembre de 1917, cuando nació el penúltimo de sus hermanos, época en que la tía rebeca tenia a la fecha once años de edad y recordaba nítidamente la preocupación de su padre cuando mandaron a buscar aquella mañana a la única partera del pueblo, y el agua hervida en el enorme y viejo jarro familiar, junto al lavatorio, que sobre la improvisada mesita se ubicaban a los pies de la cama de Celia, su madre, y el recuerdo de esos utensilios que otras veces estuvieron presentes en los nacimientos anteriores de sus otros hermanos. Era muy entretenido escuchar a la tía Rebeca contando acerca del nacimiento del pequeño Gonzalo, el que mostro gran complacencia en su primer baño, que fue realizado por la partera y la tía Domitila, el pequeño Gonzalo nació minutos después que la sirena de la mina diera las doce del día. La tía Rebeca es la cuarta de las cinco muje res, del matrimonio de Celia y Juan Antonio, después venia Jacinto con dos años de diferencia con el pequeño Gonzalo Mario, recién nacido. La tía Rebeca también recordaba aquel enorme patio de tierra, de la casa de roble, de la calle Saavedra 642 en cuyo fondo por donde pasaba una acequia, había un viejo boldo, que era un enorme árbol en cuyos pies se enterró la placenta del pequeño Gonzalo Mario, siendo esta una costumbre familiar que Juan Antonio Rojas venia repitiendo desde el nacimiento de su primera hija. La tía Rebeca era quien ayudaba siempre a su padre en todas estas labores. En los años de infancia nos juntábamos con otras primas en la casa de mi abuela Hortensia Soto Figueroa quien perteneció a una antigua familia de Lebu, quien nos contaba que también durante su noviazgo con mi abuelo Abraham Pizarro, vio crecer al pequeño Gonzalo, adelantándose a catalogar como un prodigio aquella inteligencia tan notoria que el pequeño Gonzalo empezaba a desarrollar. Mi abuela mujer de gran sensibilidad, quien fue también una gran concertista en piano, observo en el niño Gonzalo una profunda y marcada veta artística, esa misma veta donde posteriormente extrajo desde sus profundidades esa explosión maravillosa de su poesía. Este niño prodigio vive en Lebu, aproximadamente hasta los ocho años de edad, nace en la casa de roble levantada por su padre. En esa también nacen Jacinto, y el menor de los hermanos Juan Antonio Rojas Pizarro. De ese matrimonio Rojas Pizarro, nacieron también cinco niñas, las dos primeras fallecidas tempranamente las cuales están sepultadas en el viejo cementerio de Lebu. Luego nacieron: María Luisa, Rebeca y Berta respectivamente. Los años de la niñez del poeta, transcurren en medio, del zumbido del mar de Lebu, y de aquel otro y especial zumbido que venia desde la cueva del toro en Millaneco, ese mismo que estremecía todo el pueblo, cuando anunciaba el mal tempo, en medio de esos inviernos de cielo gris, en donde se perdía rápidamente en medio del viento, el humo de las chimeneas a leña de las casas vecinas de la calle Saavedra columpiándose en una de las ramas de aquel extraño árbol de los injertos que se encuentra a la entrada del cementerio, mientras decía que ese árbol tenia presencia surrealista. Después nos fuimos caminando para ponerle flores a mi padre y al resto de la parentela y en esta ocasión me hizo un comentario al respecto, lo que me hizo pensar siempre que su voluntad era quedar en aquel lugar, junto a su padre Juan Antonio Rojas Villalón, sus dos hermanitas, su tío José Ramón y sus primos José Alejandro y Gabriela. He querido rescatar para esta oportunidad un trozo de una de las brillantes intervenciones que hiciera el poeta en su ciudad natal, que corresponde al homenaje que le hiciera la Ilustre Municipalidad de Lebu el año 2003, con motivo de la entrega del Premio Cervantes, cito:”El océano vivo esta allá bajo, allá estaban las primeras minas y en esta región trabajaba el minero Juan Antonio Rojas, la parte portentosa es detrás de este roquerio, porque este mismo océano que se ve aquí, se ve al otro lado simultáneamente, entonces es un mar infinito. Las gaviotas volando, la locura del cielo, el torrente. A que obedece la poesía. ¡Al zumbido!. El dialogo mío no es con el ritmo clásico, es con el zumbido, tan bello era ese zumbido que cuando venían las tormentas resonaba todo hasta el pueblo y lo estremecía en un juego musical fantástico”. Lamentablemente la casa de Roble donde nació el poeta no se conservo, hoy una placa conmemorativa recuerda en ese lugar el nacimiento del vate. Gonzalo Rojas Pizarro nace en Lebu un jueves 20 de diciembre de 1917, en una mañana muy soleada, donde por la tarde desaparecía el sol desatándose una inesperada y violenta lluvia. Aquel día el coche que traía a mi abuelo Abraham Pizarro desde su oficina de la compañía carbonífera ubicada en Boca Lebu, sufrió un desperfecto, mientras el cochero iba en busca de un buen paraguas con el que mi abuelo se protegió de esta lluvia, mientras iba camino a la casa de su hermana regalona para conocer al recién nacido y nuevo integrante de la familia Gonzalo Mario Rojas Pizarro. Mi homenaje más que al insigne y vagamundo poeta como el mismo se autodenominaba, es un homenaje más bien a ese niño que disfruto con los relámpagos, su potro colorado, y recorrió junto a su perro los cerros que bajan al mar de Lebu, hace ya un año de aquel amor que manifestaste toda tu vida por tu terruño natal, no me cabe la menor duda que tu recuerdo estará presente siempre en cada lluvia, en el relámpago, en el rugido del mar, y entre los aromas de la leña y el carbón que nos trae el viento, que son en definitiva las cosas que tu tanto amaste a lo largo de tu vida.


Publicado en la Revista Cultural "El Bote", n 86, Abril 2012, Lebu.



2 comentarios:

adan garces gallardo dijo...

Excelente aporte (Temuco)

Disnaldo Caamaño M. dijo...

Hermoso relato.

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